
La integración regional en un mundo que cruje

Carlos Bianco, Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes. Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
Juan Manuel Padín, Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes. Subsecretario de Relaciones Internacionales e
Interjurisdiccionales de la Provincia de Buenos Aires.
Mariana Vázquez, Profesora de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Avellaneda. Directora de
Cooperación Internacional de la Provincia de Buenos Aires.
El 26 de marzo pasado se cumplieron 34 años de la creación del MERCOSUR. El bloque, no exento de tensiones y contradicciones, enfrenta nuevos desafíos sin haber resuelto otros de vieja data. Aun así, y más allá de las críticas recurrentes, los cambios de ciclos políticos en la región y los movimientos tectónicos en el escenario global, logró una continuidad institucional que es expresión, entre otras cuestiones, de sus logros como mecanismo de representación de los diversos intereses comunes que nos aglutinan e identifican.
En términos históricos es claro que, aunque la integración como proyecto subcontinental contaba con variados antecedentes y propuestas, el diseño y nacimiento del MERCOSUR se produjo bajo un influjo de corte neoliberal ( ́regionalismo abierto ́); en total concordancia con el capitalismo transnacional en boga. No obstante, en su primer decenio de vigencia se consolidaron numerosos avances en esferas institucionales que excedieron el plano económico-comercial privilegiado por entonces.
Otro ciclo asomó a partir de la llegada al poder de Lula da Silva y Néstor Kirchner en 2003, de Tabaré Vázquez en 2005 y de Fernando Lugo en 2008. La integración regional
adquirió mayor relevancia dentro de las prioridades de la política exterior de cada una de las partes. Esta renovada gravitación se reflejó en la ampliación de los tópicos abordados en la agenda institucional del bloque (ciudadanía, derechos humanos, agricultura familiar y campesina, entre otros); una concertación política más robusta, particularmente entre Argentina y Brasil; y la aspiración coincidente de protagonizar un rol más activo en el escenario internacional buscando ampliar los márgenes de autonomía.
La etapa también contempló iniciativas destinadas a la democratización institucional, como la creación del Parlasur y un cierto impulso a metodologías y prácticas para
promover la participación social. El lugar que ocupó el MERCOSUR como espacio cardinal de integración fue reafirmado, a su vez, mediante decisiones tomadas en otros
ámbitos. Entre ellas, una de vital importancia: el rechazo a la propuesta estadounidense de subordinación y dependencia mediante la conformación de un Área de Libre Comercio continental.
Este año se cumplen dos décadas de aquella gesta acaecida en Mar del Plata, cuyo valor para un proyecto de desarrollo e integración sudamericano es inestimable.
Aquella belle époque también reconoce deudas y limitaciones. En este plano se destacan cuatro factores interrelacionados: i) los escasos resultados asociados a una integración profunda en el plano productivo, comercial y tecnológico; ii) el rezago (o la ausencia) de acciones en campos estratégicos para el desarrollo como la generación de mecanismos de financiamiento o el fortalecimiento de la infraestructura y la conectividad regional; iii) la falta de avances sustanciales en la reducción de las asimetrías intra-bloque; y iv) la carencia de una mayor ambición conjunta a la hora de impulsar políticas de transformación estructural destinadas a alterar el tipo de inserción de nuestros países en la economía internacional.
Ninguno de los asuntos pendientes fue retomado cuando la primera oleada de gobiernos populares llegó a su fin. Antes bien, cada nueva administración (neoliberal) que arribó en alguno de los Estados partes propugnó, sin metáforas, “volver al MERCOSUR original”; una especie de fórmula mágica para retornar a un próspero pasado imaginado, ciertamente alejado de toda verdad histórica. En muchos casos, tales invocaciones camuflaban (y camuflan) otras intenciones más radicales: romper la unión aduanera mediante el quiebre de la política comercial común y la perforación del arancel externo común.
Lo antedicho no refiere, únicamente, a la intención de barrer con ́el espíritu del bloque ́, sino a los intentos (fallidos al momento) de alterar el propio derecho originario, es decir, lo dispuesto en el Tratado de Asunción y el Protocolo de Ouro Preto. De tal forma, se acercarían a la meta deseada: desandar el camino recorrido para ́abrirse al mundo ́ en sus propios términos. Esto es, dando rienda suelta a la edificación de una zona de libre comercio con menores regulaciones y sin los compromisos (y costos asociados) propios de una política de integración. En rigor, priorizar un enfoque económico-comercial afín a los intereses de un puñado de grandes firmas sin contemplar otras inquietudes. Nunca más apropiada la frase “los negocios son los negocios”. El resto, sobra.
Vaivenes históricos aparte y dejando a un lado las diferentes visiones en pugna, todavía conserva pleno sentido la pregunta acerca de hasta qué punto (y de qué modo) el
MERCOSUR continúa siendo un dispositivo acorde para lograr tres objetivos centrales en un proyecto de regionalismo autónomo: promover el desarrollo, ampliar los márgenes de maniobra e incrementar la influencia internacional. El contexto global ofrece una respuesta contundente. Atestiguamos un proceso de transición desde un orden unipolar con hegemonía de Estados Unidos y las principales potencias europeas hacia un escenario de transición hegemónica en donde China, junto a otros actores del llamado “Sur Global”, vienen a disputar la “hegemonía occidental”, en medio de una crisis irremediable de la globalización neoliberal; y mientras la guerra comercial en ciernes desatada por la aun hoy principal potencia mundial incrementa la volatilidad, al tiempo que se multiplican las tensiones geopolíticas. Reforzar los lazos regionales no solo es aconsejable en este escenario.
Resulta indispensable en tanto no hay forma de resguardarse de las fricciones del escenario mundial y preservar nuestras estructuras socio-productivas sin esa red de
protección.
En igual sentido, si desde hace décadas es incuestionable que la escala nacional no alcanza para afrontar distintos retos, hoy esa realidad es más palpable que nunca. Ya no se trata únicamente de los clásicos ́desafíos del desarrollo ́ (industrialización, reducción de la brecha tecnológica, mayor calidad educativa o la construcción de sistemas de bienestar comprehensivos), sino de cómo atravesar con entereza una etapa donde la respuesta que se brinde a la transición energética, el cambio climático o las novedades que depara la revolución tecnológica en curso, marcarán nuestra suerte en las próximas décadas.
Indudablemente, la hora demanda una política exterior sensata, inteligente y sofisticada. Pero la visión rupturista de Javier Milei respecto al MERCOSUR es, tristemente, un corso a contramano. ¿Cómo definir a la posición subordinada y sobre-ideologizada de un presidente que cuestiona el valor estratégico del bloque (“es una prisión”); provoca recurrentemente conflictos con sus pares regionales; se ausentó de la Cumbre de Jefes de Estado en 2023; e intenta flexibilizar la norma del consenso y negociación conjunta con terceros países o bloques en el plano económico-comercial, mientras hace gala de su sumisión a los dictados de la Administración estadounidense suplicando la firma de un TLC?
El problema, por supuesto, no se reduce al entendimiento libertario respecto al MERCOSUR. La política exterior argentina, in totum, se asemeja hoy a una ́patrulla
perdida ́ enfrascada en un enfoque colonial, que no toma debida nota del proceso de reequilibrio global mientras promociona un aperturismo demodé, a lo que adiciona un
real desprecio por las dimensiones no económico-comerciales de la integración y una ruptura manifiesta con las mejores tradiciones de la Cancillería argentina. Es por ello,
entre otras cosas, que un proyecto soberano requerirá la revisión exhaustiva de lo actuado en este periplo decadente. Allí será inexcusable, además de reafirmar nuestro compromiso con la integración, proponer con audacia nuevos senderos, políticas y un renovado marco institucional con mayores capacidades y recursos para abordar los desafíos pendientes, con una certeza: la unidad regional es la única alternativa para fortalecer, en el mundo que se despliega ante nuestros ojos, la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.
Publicado en Suplemento Cash, Página12, 6 de abril de 2025
https://www.pagina12.com.ar/815482-en-una-economia-mundial-que-cruje-cual-es-el-rol-del-mercosu
