¿Qué democracias queremos vivir?
Este 8 de marzo mujeres y disidencias volvemos a marchar, a intervenir espacios públicos, a decir y expresarnos de todas las formas posibles. Muchos son los reclamos y exigencias de los diferentes colectivos que allí confluyen, en algunos hubo avances, en otros retrocesos.
La pregunta es ¿cómo se canalizan esos reclamos? ¿quiénes los recogen? ¿quiénes representan a esas identidades que vienen a derribar las formas de vincularnos que conocíamos y a proponer otras? ¿son suficientes los espacios como partidos políticos, gremios, sindicatos, organizaciones sociales?
En su proceso de construcción, de impulsar cambios y resistir las políticas neoliberales y neoconservadoras, las mujeres hemos construído nuevas formas de hacer política y nuevas formas de liderazgo.
La mayoría en el padrón electoral y la movilización de mujeres en las calles, no impidió en Brasil la destitución de la Presidenta Dilma Ruseff. Fue la decisión de un senado con mayoría de varones machistas y sin respeto por la institucionalidad. Dos años mas tarde, esa violencia hacia las mujeres brasileñas que se atrevieron a la política se expresó en el asesinato de la concejala Marielle Franco. No se trató de un hecho aislado, sino que fue parte de un ataque sistemático a nuevas formas de liderazgo.
El nuevo gobierno de Lula ha incorporado mujeres y disidencias a su gabinete, tomando además desiciones que atienden algunos reclamos de estos colectivos, no por convicción personal, como es el caso del aborto, sino por reconocer y no minimizar al movimiento de mujeres como movimiento político.
En Argentina, uno de los países donde el feminismo es vanguardia conquistando derechos, una dirigente social y parte de una comunidad de pueblos originarios como Milagro Sala lleva más de 2.600 días privada de su libertad. El linchamiento mediático y la complicidad de las instituciones democráticas son parte de este castigo por atreverse a liderar y organizar a las y los tupaqueros para construir una forma mejor de vivir. Desde allí, la escalada de violencia hacia las militantes llegó al punto de que intentaran matar a la vicepresidenta Cristina Fernández. Hasta el día de hoy, no hay una respuesta institucional ni política frente a ninguna de estas situaciones.
Francia Márquez, la reciente vicepresidenta de Colombia, ha pasado por una situación similar a su par argentina, con un intento de atentado contra su vida. No sería la primera vez, desde sus tiempos como activista ambiental la lideresa ha denunciado amenazas contra ella y su familia. Es la primera afrodescendiente en llegar a ese lugar y una mujer que lideró la Marcha de los Turbantes, Movilización de Mujeres Afrodescendientes por el Cuidado de la Vida y de los Territorios Ancestrales.
Gracias al feminismo y desde la movilización, actualmente la sociedad chilena en su mayoría condena y asume como un problema grave la violencia hacia las mujeres. Aún así, en enero de este año Chile llegó al mayor número de femicidios en una década. Fueron mujeres quienes lideraron los movimientos estudiantiles que promovieron cambios en ese país, y también quienes tuvieron un rol fundamental en el proceso constituyente para incorporar la paridad e igualdad de género, los derechos sexuales y reproductivos, el derecho a una vida libre de violencia y las tareas de cuidado en el texto constitucional.
En Perú, la antes vicepresidenta y ahora Presidenta, Dina Boluarte, no surge de la militancia o los movimientos de mujeres de su país. Habiendo llegado a este puesto de la mano de un partido marxista leninista Perú Libre (PL), encabeza un gobierno autoritario que no ha dudado en reprimir las manifestaciones en las calles sembrando muerte a su paso.
Salvando las distancias, un proceso similar encabezó Jeanine Añez, quien fuera Presidenta de facto en Bolivia, y que tras la salida de Evo Morales permitió no sólo la represión de las manifestaciones populares, sino también prácticas violatorias de los derechos humanos. Ambas mandatarias se escudaron en la división de poderes, en el respeto a las “instituciones”, o hasta en la constitución para hacer oídos sordos a los reclamos de sus pueblos respecto a sus lìderes polìticos encarcelados o expulsados violentamente de sus paìses.
Podemos decir entonces que en los países de América del Sur donde las lideresas provenientes de la militancia, de los movimientos feministas o de pueblos originarios han logrado encarnar los reclamos y producir transformaciones, la respuesta de este sistema patriarcal de construcción política es disciplinarlas con violencia. Lo patriarcal es lo autoritario porque no admite diversidad, no admite múltiples voces, considera que debe haber un grupo reducido y selectivo que tome las decisiones.
Los movimientos de mujeres, se reivindiquen feministas o no, son feministas en sus prácticas, porque construyen teniendo en cuenta el contexto, la comunidad en la que viven, sin invadirla, sin saquearla, sin creer que puede disponer de ella. Es horizontal, todas las voces valen y deben ser escuchadas, tienen derecho a expresarse sin ser etiquetadas o censuradas. No hay jerarquías impuestas por una estructura, sí liderazgos construídos en base al respeto y el compromiso.
Las mujeres y disidencias podemos dar ejemplo de ello. Además de los ejemplos de organización y movilización mencionados podemos decir que en Venezuela, las mujeres de Kariña fundaron la primera empresa forestal indígena, que lidera los procesos de manejo sustentable y restauración de 7.000 hectáreas de la Reserva Forestal Imataca, al sureste del país.
En Colombia, las mujeres indígenas murui-muina crearon un semillero para reproducir palma de canangucha), especie fuertemente deforestada en ese país y que es fundamental para su cultura.
En Uruguay, el colectivo de pioneras feministas busca concretar una proyecto de vivienda colaborativa para transitar juntas la vejez. En Argentina, el colectivo La revolución de las viejas ha comenzado a andar el mismo camino, recogiendo las temáticas que se vinculan con vivir una vejez digna. No podemos dejar de mencionar en este contexto el ejemplo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que aprendieron de sus hijos e hijas desparecidas y torturadas y construyeron una maternidad colectiva para buscarlos, reclamar justicia y abrazar a sus nietos y nietas.
Es necesario entonces preguntar ¿quién incluye en sus reclamos a las infancias, a las vejeces, a las culturas originarias, a las disidencias sexuales? ¿quién puede decir que ha incluído realmente a minorías diversas en el seno de sus organizaciones?.
Tal vez es hora de comenzar a cambiar las prácticas que están al alcance de nuestra mano, de dejar circular la palabra democratizando el lenguaje para que todas, todos y todes entendamos lo que se dice y podamos intervenir en el debate, invitando a participar con una verdadera escucha y no un hacer como qué porque es políticamente correcto. Las mujeres y disidencias en la calle, las que sostenemos este sistema con nuestras vidas, venimos marchando, organizando, construyendo. Más tarde o más temprano estaremos en los lugares de toma de decisiones que nos corresponden por derecho.
Reiteramos la pregunta: ¿en qué democracia queremos vivir?
Mujeres y Diversidades
Red de Comunicadores del Mercosur
08/03/2023