El 29 de septiembre se cumplieron 49 años que caí preso durante la dictadura militar. Increíblemente buscando unos papeles encontré el informe de la cárcel de Coronda.
Allí además de mis datos personales, los de mi mamá Irma y de mi hermana Norma, y las atenciones médicas puntuales por faringitis, y alergias fundamentalmente, aparecían las sanciones que me fueron poniendo a través de los años, cuantos días; que significaban -entre otras cosas- no poder ver a los familiares si en ese período de tiempo nos tocaba la visita.
Una de las más importantes fue de quince días por “prestar elementos de lectura a sus iguales”. Y los guardias cárceles la registraron el 19 de septiembre de 1978.
La historia es ésta. Durante mucho tiempo (meses) no pudimos leer nada, a veces venía una revista El Gráfico o Gente, pero en esta última recortaban las noticias políticas. En el pabellón un día comenzaron a autorizar que en las visitas se podían entrar, sólo, dos libros por preso.
Entonces, mi mamá y mi hermana se iban a la Librería el Saber de Rafaela y compraban 10 o 12 libros – a veces fueron más- y mientras esperaban el ingreso al penal, los repartían entre los familiares.
Fueron tantas las veces que al final se debieron dar cuenta y me sancionaron. Allí, entre otras lecturas leí por primera vez la zaga del Señor de los Anillos que luego muchos años adelante, se transformaría en una serie de películas de tremendo éxito .
De ese libro recuerdo una frase que decía: “no todo lo que brilla es oro, la raíz crece debajo de la escarcha y no toda la gente errante anda perdida”. Y me quedo para siempre: no toda la gente errante anda perdida, pensando en esos compañeros y compañeros que afuera, en las peores dificultades, seguían dando pelea.
Esta historia es un homenaje a los familiares de los presos políticos de aquellos años durísimos que sufrieron con dignidad y jamás dejaron de luchar por liberarnos.
